“Es desesperante”. Cuando las cuentas en casa no cierran, ya no se sabe por dónde recortar y los gastos empiezan a ser una obsesión

La disparada de los precios no solo genera cambios de hábitos, también impacta en el ánimo de los ciudadanos, que sienten que pierden el control sobre su futuro; por qué el día 10 de cada mes es el más temido y un interrogante que se extiende: ¿es posible reorganizar nuestros consumos sin resignar calidad de vida?

LA NACIÓN por Evangelina Himitian

“¿Qué? ¿1600 pesos el kilo de lechuga? ¿Y la manzana 1300? Bueno, dame tres tomates y una rúcula…¿Cuánto? ¿530 pesos? Mejor no me des nada”. Sofía Calderón -de 38 años, diseñadora y madre de dos hijos- volvió el sábado de la verdulería indignada y con una carga de sentimientos inéditos. “Lo peor de la inflación es que te hace sentir vergüenza. Como si solo te pasara a vos. O como si hubieras hecho algo mal. De repente, para pagar las mismas cosas que el mes pasado, sin lujos, empezás a endeudarte. O a achicarte. En casa ya recortamos de todo, desde el gimnasio a compartir las cuentas de las plataformas. Compramos ofertas, siempre alguna promo y solo lo básico. Pero aun así, lo que lográs bajar de gasto con mucho esfuerzo se lo come la inflación. No tenés respiro. No podés bajar la guardia, ni relajarte. Eso a mí me genera mucha angustia. Porque vivo al día. No tengo deudas, pero tampoco mucho margen. Cuando se acerca fin de mes, me la paso haciendo cuentas y pensando… ¿voy a poder pagar? ¿Me va a alcanzar? Es desesperante”, cuenta Sofía.

No es la única. La inflación no solo golpea las economías familiares. También es un tormento, una preocupación constante en la cabeza de los argentinos, y según describen los especialistas, una fuente de angustia, estrés y trastornos de ansiedad.

¿Cómo es vivir con esos niveles de inflación? Hace un mes, un amigo australiano de Eric Thomas, de 41 años, le hizo esa pregunta. Hace dos días, Eric le volvió a escribir. Su respuesta brotaba de las vísceras. Le había llegado el resumen de la tarjeta de crédito, sumado al aumento de las cuotas de los colegios de sus hijos. “Vivir con esta inflación es agotador. Te carcome el futuro sin que te des cuenta. Toda tu vida te quedara enorme”, respondió Eric, que vive en Vicente López y es empleado de un laboratorio.

Es que las cuentas no cierran. Ya sabe que cuando cobre el próximo sueldo, la plata va a migrar instantáneamente a otras cuentas para pagar todos los gastos corrientes. Antes del día 10 del mes, el presupuesto familiar se va a evaporar.

En cualquier ámbito, el dinero es un tema de conversación obligado. Y en los hogares, se empiezan a ensayar nuevas prácticas. “Por primera vez, con mi esposo hicimos un excel para ver por dónde se nos escurría la plata. También planificamos para el mes siguiente, incluso la compra en el supermercado. Nos sirvió para negociar en qué recortar: el kiosco, las salidas, el café camino al trabajo. No sé si sirve. Uno lo hace como para sentir que puede controlar algo. Creo que con los aumentos, ese presupuesto no solo está desactualizado, también el ahorro que logramos se lo comió la inflación”, relata Marisol Segú, de 31 años, que es docente y madre de Nerina, de 11 años, y de Ámbar, de 9.

En el caso de Jésica Weinberg, la disparada de precios repercutió de un modo impensado. Hace dos años, decidió incursionar en un emprendimiento de pañales: Indias Pañales de Tela. Pensó que iba a tener cierta demanda de madres comprometidas con el impacto ambiental. “Hoy son más las que se pasan a los pañales de tela por el gasto que representan. Ese fue mi caso y por eso empecé a fabricarlos. La inflación hace que cada vez más gente vuelva a los pañales de tela, que ahora son mucho más modernos”, cuenta.

Mucho mes al final del sueldo

“La inflación genera mucha frustración. Ves cómo se te va la plata y es una sangría que no lográs detener. Un 7% de inflación mensual en un sueldo medio es mucha plata menos al mes siguiente. Ya no llegamos a lo que llegábamos el mes pasado. Esto provoca mucha impotencia. Pensemos que somos un país de clase media que aspira al ascenso social y teme al descenso. La clase media ahora atraviesa el proceso de elegir en qué más recortar. Mirar los números más finito y decidir… El dilema es cómo optimizamos la estrategia sin resignar calidad de vida“, plantea el consultor y especialista en consumo Guillermo Oliveto. “Hoy, seis de cada 10 argentinos están viviendo su primera hiperinflación, porque en la anterior no habían nacido o eran muy chicos. Es toda la población de menos de 40 años”, dice.

El experto señala que este año la clase media ya perdió 10 puntos de su capacidad de compra y la clase baja, 30 puntos. Eso explica por qué muchos argentinos ven su cuenta en cero a los pocos días de iniciado el mes. “Me sobra mucho mes al final del sueldo, se suele decir”, apunta Oliveto. Ese fin de mes anticipado, llega cada vez antes. Cerca del día 10 después de cobrar. Significa que habrá que administrar (hacer malabares) el resto del mes hasta volver a recibir el aliciente del nuevo sueldo. Claro que gran parte ya estará nuevamente comprometido.

No estamos viviendo una época de no consumo, porque esta crisis coincide con la salida de la pandemia y con una idea de consumo paliativo, gastar como automimo. Hoy se invierte más en bienestar personal que en bienes. Tenemos un tercio de la población que afirma ‘como no puedo ahorrar, consumo porque después me voy a arrepentir porque va a salir más caro’. Es otro efecto de la inflación. Pero otros dos tercios de la población viven los aumentos con una sensación de mucho dolor, de achicarse”, expresa Oliveto.

La inflación es un factor de estrés familiar. En la mesa de la negociación, nadie quiere perder en ese espiral descendente, aquello que siente que le garantiza calidad de vida. ¿Comprar menos alimentos? ¿Bajarse de algunos servicios? ¿Hacer comprar comunitarias? ¿Segundas marcas?

“Es un momento en el que se recorta todo lo que no es imprescindible: gastos como salidas, restaurantes, peluquería se empiezan a espaciar cada vez más. Estamos en un nivel en el que los eventos tipo Cyber Monday se usan para comprar alimentos”, describe Mariela Mociulsky, CEO de la consultora TrendCity. Todos tienen una estrategia: algunos hacen compras comunitarias, otros, si consiguen una oferta se stockean. “En la negociación se prioriza la educación y la salud. Pero se evalúan otras opciones de colegios y prepagas. No se resigna la conectividad, porque en la pandemia se entendió que era fundamental. Toda esta situación alimenta la angustia. Se vive esta época con falta de ilusión y esperanza. Y esto se suma al estrés postraumático de la pandemia”, apunta Mociulsky.

Para intentar reflejar de manera cercana la situación que atraviesan tantos hogares argentinos, la consultora Focus Market le puso números a la economía de la familia Simpson. Homero, como inspector de Seguridad en la planta nuclear, tendría un sueldo de unos 275.000 pesos si trabajara en la Argentina, mientras que la sumatoria de los gastos familiares, rondarían los 736.886 pesos. Es decir, que lograría cubrir apenas un tercio de los consumos totales.

“Los Simpson son una típica familia de clase media. No tienen consumos suntuosos. Tienen un auto, toman cerveza, los hijos van al colegio en micro. Ninguno de los gastos es loco. Utilizamos este ejemplo y resultó muy gráfico. Esto es lo que está pasando con la inflación en la economía familiar. En materia del gasto hogareño, cae el nivel de ingreso frente a la inflación. Como la clase media no tiene ahorros y no tiene acceso al crédito, lo único que puede hacer es achicarse”, explica Damián Di Pace, analista económico y director de Focus Market.

La angustia ante lo incontrolable

“La gente está atravesando esta etapa con mucha angustia. La vivencia de lo incontrolable desestabiliza. Nos amenaza y nos hace sentir débiles frente al caos. Sentimos amenazadas nuestras seguridades. Hacer cuentas y temer no llegar se transforma en una obsesión. Ocupa un espacio muy grande en nuestra atención y nos priva de mucha energía. Se vuelve una rumiación”, explica José Eduardo Abadi, psiquiatra y psicoanalista. “Vivimos en situación de estrés, temiendo lo que va a venir. Como si fuéramos a ser impactados por un meteorito, con la sensación de poder hacer poco para evitarlo”, agrega.

Esta preocupación se traslada a los consultorios de forma constante. Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), dice que para algunos, es vivir el eterno loop de la economía argentina. Para otros, sobre todo para la generación que protagoniza su primera experiencia de este tipo, este contexto es generador de trastornos de ansiedad, insomnio y pánico.

Se instala un clima emocional de pérdida y duelo, que se sobreescribe en la salida de la pandemia. La inflación empieza a mutilar lo que podemos hacer. Y a la vez, plantea una lucha desigual, porque es poco lo que los ciudadanos pueden hacer para evitar ser impactados. Solo pueden mitigar el impacto”, señala Cruppi.

“La sociedad está fuera de parámetros. Y se hace evidente en el humor social”, apunta el consultor Fernando Moiguer, que desde hace más de 25 años estudia el comportamiento del consumo. Los números se descontrolan, el dólar parece no tener techo y el valor de los productos desconcierta a diario a los ciudadanos de todos los estratos sociales.

Hoy, la clase media es la que más padece esta crisis. En las clases bajas, paradójicamente, hay más recursos solidarios para pasar esta situación. Se recortan antes. Tienen dramáticamente, un entrenamiento para sobrevivir”, describe. En cambio, dice Moiguer, la clase media se encuentra ante una incertidumbre nueva. “No tienen recursos internos para administrar un momento como el que vivimos ni los recursos para apoyarse mutuamente cuando a principio de mes se quedan sin plata. Por eso sienten más el desamparo”, concluye.

Ver la nota

Comparte

Facebook
Twitter
LinkedIn