Tiemblan todos: la Inteligencia Artificial llegó para quedarse

Estamos ante la presencia de una nueva era donde los dilemas éticos marcan el pulso de la agenda mediática. Y las regulaciones y los encuadres normativos serán claves para avanzar

INFOBAE por Mariela Mociulsky

Tiemblan los docentes, se encienden las alarmas en los medios periodísticos, se borran las fronteras entre lo verdadero y lo falso. La Inteligencia Artificial llegó para quedarse. Y de hecho no para de dar que hablar. El Papa Francisco enfundado en una campera blanca estilo Puffer no fue solo una foto viral, fue el detonador que avivó el fuego. Sin embargo, las llamas ardían hace tiempo.

Estamos ante la presencia de una nueva era donde los dilemas éticos marcan el pulso de la agenda mediática. Dilemas que se filtran en las redes sociales, encrucijadas que requieren mucho entrenamiento para confirmar o desmentir la veracidad de fotos y la autenticidad de la información.

¿Con qué herramientas afrontamos los cambios en la nueva dinámica de consumo? ¿Cuál es el impacto que asoma en la sociedad a partir de la profundización de las brechas digitales? ¿Cómo validamos los productos culturales y las narrativas informativas que están cambiando de piel?

Los dilemas éticos, entonces, nos enfrentan al desafío de la confianza, a barajar y dar de nuevo el conjunto de usos y costumbres establecidas en la comunidad. La problemática viene con yapa: nos interpela a tomar decisiones de manera constante, a merced de obsesionarnos con búsquedas frenéticas que nos resulten certeras. El ChatGPT o el programa Midjourney –las estrellas del momento–- imponen la gestión de la transparencia: validar las fuentes, conocer quién está detrás de tal o cual foto y elucubrar intenciones varias. Puede ser Messi en una favela o Elon Musk en Madrid, apócrifas ambas imágenes recientemente viralizadas, pero híper realistas.

El entrenamiento para discernir entre los universos generados por cerebros tecnológicos o humanos requerirá de mucho entrenamiento. Una paradoja ya que las siglas GPT obedecen a Generative Pre-Trained Transformer (transformador generativo pre entrenado), una mega inteligencia que pone en fila a los algoritmos.

En este contexto que dispara polémicas y enciende pasiones, la transparencia se posiciona como un valor de gran peso. Y acá hay una oportunidad para tomar nota. Sobre todo para el mercado y las empresas en relación con los gustos, las necesidades y las nuevas exigencias del consumidor. Transparencia en las comunicaciones, las campañas publicitarias y las estrategias de ventas formarán parte de los nuevos desafíos para asumir vínculos sinceros, donde se legitimen las acciones implementadas. En este sentido, la gestión de la creatividad favorecerá a aquellas marcas que mejor desarrollen las nuevas narrativas. Con códigos y convenciones en constante transformación, serán los usuarios quienes finalmente identifiquen el buen o mal uso del nuevo lenguaje.

Los riesgos de la IA están a la vista. Fueron planteados en una carta firmada por intelectuales, científicos y desarrolladores que, en buena parte, gestaron esta movida. Entre otros, el CEO de SpaceX, Tesla y Twitter, Elon Musk; el cofundador de Apple, Steve Wozniak; el historiador Yuval Harari y el físico y biólogo molecular John Hopfield.

¿Qué alertaron casi a los gritos? Que al menos durante seis meses se suspenda el entrenamiento de los sistemas de IA más potentes que GPT-4 para evaluar los riesgos y mitigar su impacto por mal uso.

Mientras especulamos con un futuro donde los robots les quiten el trabajo a los humanos, el presente nos pasa por encima a fuerza de síntesis de clásicos en cuestión de segundos o generación de fotos surrealistas. Un presente que cuestiona los modos clásicos de estudiar, de pensar, de producir y también de consumir. Una revolución del hacer cuyos resultados llegan con advertencias múltiples. ¿Era la voz de Emma Watson leyendo a Hitler? No, desde ya que era la imitación de su voz. ¿Fue arrestado Donald Trump? Por ahora, no. La foto difundida fue ficticia.

La manipulación de información, la usurpación de datos, las operaciones sobre la opinión pública. Y una lista extensa de etcéteras nos enfrenta a tomar decisiones minuto a minuto. La IA es una herramienta que puede facilitar el trabajo, mejorar el rendimiento y optimizar tiempos. Y como todas las novedades, se impone una apropiación adecuada, en un marco de consensos, donde usuarios y destinatarios hablen el mismo idioma. Las regulaciones y los encuadres normativos serán claves para avanzar.

¿Podrá IA emular la imperfección, la complejidad, la contradicción y la sensibilidad de la humanidad? Con más dudas que certezas, la era de los dilemas éticos nos invita a entrenar y ejercitar la capacidad de preguntar (nos) hacia dónde vamos y cuál es nuestro propósito.

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