Inteligencia Artificial: los dilemas de la revolución

EL CRONISTA por Mariela Mociulsky

Con los avatares de la epidemia mundial de coronavirus corridos a los libros de historia, la inteligencia artificial (IA) ha venido a ocupar el centro de la escena, representando un nuevo desafío para el homo tecnológico del siglo XXI que creía tener todo controlado. Y no hay actividad que quede sin ser impactada, llámese salud, finanzas, transporte o educación.

La IA hace tiempo que está presente en la vida de millones de personas, con consecuencias que transforman nuestras sociedades, que asustan menos a los nativos digitales que a las generaciones de formación clásica.

Los avances en IA recibieron un impulso decisivo desde la big data, debido a su habilidad para procesar ingentes cantidades de datos y proporcionar ventajas comunicacionales, comerciales y empresariales.

En la actualidad, disfrutamos de los algoritmos que sugieren la ropa adecuada para asistir a un evento al que fuimos invitados; nos maravillamos al saber de sensores que inyectan insulina cuando falta en pacientes diabéticos; descansamos en robots que limpian nuestras casas diferenciando si tienen que secar agua o juntar tierra; le pedimos a Alexa (Amazon) que cambie el canal de TV que miramos; discutimos si es real o falsa la foto del papa Francisco vestido con un camperón blanco de primera marca; y sonreímos cuando recibimos en el WhatsApp un saludo de cumpleaños con la voz de Lionel Messi, aunque inmediatamente descubrimos que un amigo se ocupó de fraguar esa sorpresa.

Algunas anécdotas del diario trajinar humano, que conviven con las preocupaciones que genera la integración de la IA cuando se informa del impacto sobre profesiones, oficios, derechos, usos y costumbres. Una investigación global de Microsoft dada a conocer el 7 de junio pasado refleja que la preocupación convive con una cálida bienvenida al potencial de la IA.

Siete de cada diez trabajadores a nivel global aseguraron que delegarían la mayor cantidad de tareas posible a la inteligencia artificial para disminuir su carga de trabajo. Ese porcentaje bajó a 63% en Argentina, donde mil personas respondieron a la encuesta, mientras que el estudio reunió la información de 31.000 trabajadores de 31 países.

En nuestro país, el 77% consideró que usaría la inteligencia artificial para algo más que las tareas administrativas, el 82% delegaría trabajos analíticos y un 74% también la utilizaría para aspectos creativos de su rol.

Ese mismo relevamiento reflejó que a nivel global, los empresarios consultados están 1,9 veces propensos “a considerar que la inteligencia artificial aporta valor agregado al aumento de trabajo al impulsar la productividad”, en tanto que en Argentina esa disposición sube a 2,5 veces. Además, el 82% de los empresarios argentinos afirmó que “dentro de poco cada empleado necesitará nuevas habilidades básicas como el uso de herramientas impulsadas por la inteligencia artificial”.

Este requerimiento de nuevas habilidades básicas no reconoce fronteras de profesiones. Se trata de tomar conciencia de que la inteligencia artificial implica participar de un gran cambio, de una revolución que transformará hábitos, usos, costumbres. La IA puede facilitar el trabajo, mejorar los rendimientos, optimizar los tiempos, aumentar la eficacia.

La coexistencia de cerebros humanos con cerebros tecnológicos hará necesario que los docentes entrenen a los alumnos para que sepan discernir cuál tienen ante sí. Herramientas ya muy difundidas como el ChatGPT significan un paso adelante cuando su uso es transparente, en tanto puede convertirse en un excelente copiloto que dejamás espacio al pensamiento crítico. Tampoco hay que olvidar el valor de las aulas como escenario ideal para plantear dudas y generar debates.

La alarma que suena para los docentes tiene el mismo volumen para muchas personas con funciones administrativas y también enfocadas en la creación de contenidos. Si bien una mirada superficial señala que las actividades más afectadas serán las repetitivas, la certeza es que los varios tipos de inteligencia artificial no dejan ámbito sin abarcar. 

Así, los sistemas que piensan como humanos automatizan actividades como la toma de decisiones, la resolución de problemas y el aprendizaje; los sistemas que actúan como humanos efectúan tareas de modo similar a como lo hacen las personas (robots); los sistemas que piensan racionalmente emulan el pensamiento lógico racional de los humanos, y los sistemas que actúan racionalmente tratan de imitar el comportamiento humano.

Uno de los grandes dilemas es si la IA puede emular la imperfección, la complejidad, la contradicción y la sensibilidad, calidades propias del comportamiento humano. Sin dudas, estamos ante una revolución que cuestiona los modos clásicos de estudiar, de pensar, de producir y también de consumir. 

Por lo tanto, surgen dilemas éticos impostergables de atender y mitigar, a partir de regulaciones y encuadres normativos que resultarán claves para el tránsito armonioso del avance de la IA. Estas tecnologías generan múltiples ventajas, a la vez que riesgos derivados del uso malicioso de la tecnología.

Por ejemplo, desde la UNESCO se llama la atención sobre que muchos de los resultados que surgen de consultas a instrumentos de la inteligencia artificial reflejan representaciones estereotipadas profundamente arraigadas en nuestras sociedades. 

Esos resultados sesgados se dan porque la tecnología de los motores de búsqueda no es neutral, ya que procesa macrodatos y prioriza los resultados con la mayor cantidad de clicks, dependiendo tanto de las preferencias del usuario como de la ubicación. Por lo tanto, un motor de búsqueda puede convertirse en una cámara de resonancia que mantiene los prejuicios del mundo real y afianza aún más estos prejuicios y estereotipos en línea.

Si se promptea “los mejores líderes de todos los tiempos”, los motores de búsqueda probablemente entreguen una lista de las personalidades masculinas más destacadas del mundo.

Tipiar “colegiala” probablemente haga aparecer una página llena de mujeres sexualizadas, en tanto que si escribe “colegial”, los resultados mostrarán a estudiantes comunes.

La UNESCO llama a preguntarse cómo se pueden garantizar resultados más precisos y equitativos, como también si hay lugares para reportar esos resultados sesgados.

En la búsqueda de que la IA ayude a avanzar en la solución de problemas como los estereotipos señalados, la UNESCO lanzó su Recomendación sobre la ética de la Inteligencia Artificial, que también ha hecho suya el gobierno argentino.

En ese primer instrumento mundial se pide que los actores de la IA deberían promover la diversidad y la inclusión, garantizar la justicia social, salvaguardar la equidad y luchar contra todo tipo de discriminación, de conformidad con el derecho internacional.

También debería llevarse a cabo con pleno conocimiento de las repercusiones de dichas tecnologías en la sostenibilidad la evaluación continua de los efectos humanos, sociales, culturales, económicos y ambientales de las tecnologías de la IA.

Se señala la importancia de que los datos para los sistemas de IA se recopilen, utilicen, compartan, archiven y supriman de forma consistente con el derecho internacional, respetando al mismo tiempo los marcos jurídicos nacionales, regionales e internacionales pertinentes. Hay que priorizar la privacidad de los usuarios y que se cumplen los estándares internacionales de la protección de datos.

También se destaca que la transparencia y la explicabilidad de los sistemas de IA suelen ser condiciones previas fundamentales para garantizar el respeto, la protección y la promoción de los derechos humanos, las libertades fundamentales y los principios éticos. Se trata de implementar mecanismos para explicar cómo toma decisiones la IA, contribuyendo a generar confianza y transparencia.

Las personas deberían tener la oportunidad de solicitar explicaciones e información al responsable de la IA o a las instituciones del sector público correspondientes. Dichos responsables deberían informar a los usuarios cuando un producto o servicio se proporcione directamente o con la ayuda de sistemas de IA de manera adecuada y oportuna.

La transparencia se posiciona como un valor de gran peso que deben rescatar el mercado y las empresas en relación con los gustos, las necesidades y las nuevas exigencias del consumidor. Transparencia en las comunicaciones, las campañas publicitarias y las estrategias de ventas formarán parte de los nuevos desafíos para asumir vínculos sinceros, donde se legitimen las acciones implementadas.

También la UNESCO pide que deberían elaborarse mecanismos adecuados de supervisión, evaluación del impacto, auditoría y diligencia debida, incluso en lo que se refiere a la protección de los denunciantes de irregularidades, para garantizar la rendición de cuentas respecto de los sistemas de IA y de su impacto a lo largo de su ciclo de vida.

Por su parte, el Parlamento Europeo recibió una propuesta de seis leyes para regular el uso de la robótica. Se señala que los robots deberán contar con un interruptor de emergencia para evitar situaciones de peligro; que los robots no podrán hacer daño a los seres humanos porque esa tecnología está concebida para ayudar y proteger a las personas; y que los robots deberán tributar a la seguridad social ya que su entrada en el mercado laboral impactará sobre la mano de obra y esos tributos ayudarán a subvencionar a los desempleados.

La IA es una revolución de alcances impredictibles, que está superando escenarios narrados en los libros de ciencia ficción. El desafío abarca todas las actividades y exige de quienes estamos en el escenario vital una dinámica continua de desaprender-aprender, y la construcción de respuestas firmes a dilemas éticos remanidos pero potenciados.

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